martes, 26 de abril de 2011

homenaje



Gonzalo Rojas (1917-2011)


Tartamudeo, callado, así, solamente por ver

pasar las palabras, y por oír el silencio, como

quien ausculta el corazón de un cadáver.

De eso se trata.





Alguien, en cambio, hizo

del asma un cuerpo, del temblor

un ritmo: aprendió de vallejo

a sacarle aire a las rocas,

amaneció en una mina

porque en las minas

no se amanece.



Contaba el viejo que verseaba en la ducha, que

el agua que caía sobre la bañera, como una lluvia

precisa y caliente, le ablandaba el cuerpo,

los pulmones le llenaba

de aire, y así desnudo y con prisa

corría en busca de un papel

y de un lápiz.





Cómo el humo se hunde en la tierra, no sé

decirlo. Cómo, por ejemplo, la mariposa

muere en las manos del chico, apretadas sus blancas, secas

venas por una presión diminuta, no sé

contarlo. Cómo, al lado de la ruta,

el perro gira, ya quieto, el vientre al sol, y una gota

de brillo abriéndole los ojos, no sé

-no sabría ya- cómo

acordarme y repetirlo.





Un hilo de voz cruza la cordillera, y yo tiemblo, se me tra-

ba la lengua. Gira mi voz y vuelve. -la distancia

es todo-. Le tengo que decir algo, pero qué importa

lo que yo le tenga que decir. Detrás

de la cordillera está el poeta. La voz

que tiembla de asma me pide tiempo porque

debe clavar un clavo y yo siento

la gravedad del teléfono sobre la mesa

como un martillo. Vuelve

con algo parecido a la agitación

y hablamos vaguedades: me cuenta de un fax,

me agradece los nervios, me ofrece su casa

de madera. El es el poeta,

y yo, como quien se sumerge en una bañera, 

cierro los ojos y escucho.


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