Y sobre esto no se dijo mucho, pero se sobrevoló lo suficiente, ¿me entendés? Una casa es más que un hueco donde los cuerpos se desnudan, un olor a frito que se asienta en la cocina, es más, no sé si me entendés. Anoche, por ejemplo, me había despertado sedienta y fui a buscar agua, y quizá la escena que esperaba fuera la luz de la heladera iluminando la oscuridad de la cocina, pero no, estaba quemada y metí la mano como quien introduce parte de su cuerpo en una madriguera, tanteando – escarbando- lo negro, en busca de un volumen menos alarmante, menos desconocido. Esto pasa todo el tiempo, esa luz que no llega a colmar la tensión, ese borde roto del plato donde improvisás la disección de una manzana. Por ahí soy yo, soy muy poco clara, me pierdo a veces. Pero qué te voy a andar contando a vos. No sé si entendés lo que te quiero decir: te digo a vos porque todavía no puedo desprenderme de tu cara, esa vez que viajamos en tren y te tildaste viendo las paredes sin pintar, picadas de humedad, de pasto alto, y yo no sabía qué decir, me quedé mirándote mirar, intentando percibir qué mirabas, pero sin decir ni una palabra, hasta que el vendedor de maní con chocolate inundó el vagón con una prosodia impecable, y vos me dijiste “están al revés, las casas, es como si nos dieran la espalda: qué pelotudo que soy”. Pero es distinto, imagino, yo te lo digo y es como si estuviera diciendo algo, no sé, esas cosas existen y mucho.
Facundo Giménez, "Roturas" (fragmento), 2009.
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