jueves, 28 de octubre de 2010

El descortés







la otra semana vi un documental argentino (Oscar, de Sergio Morkin, 2006), basado en la historia de Oscar Brahim, taxista y artista urbano, que reaccionó a fines de los noventa contra el aparato publicitario de los grandes conglomerados transnacionales, interviniendo las publicidades callejeras en la ciudad de Buenos Aires. El documental se disputa entre el descubrimiento de una técnica gráfica -la reescritura de la sintaxis corporativa de la publicidad internacional y la inversión ilegal de su signo ideológico-, y las necesidades económicas de este artista, que transita las calles en su taxi buscando pasajeros y analizando, con precisión, el paisaje urbano. Como su situación se ve agravada por una enfermedad que lo obliga a abandonar su trabajo y, en consecuencia, no puede  pagar el alquiler de su departamento, Brahim acepta conferenciar en una de las escuelas de publicistas más importantes de la argentina, la misma escuela que había largamente criticado e intervenido artísticamente. En una situación incómoda, uno de los civilizados estudiantes le pregunta: "¿vos odias a los publicistas?", y el tipo no lo duda y responde: "Sí, odio a los publicistas". Creo que ahí está, brutalmente expuesto, el germen de una tendencia que se afianzó en la década del 2000. El hombre acosado por una oleada corporativa de discursos, que finalmente reacciona. A su manera, como puede, pero reacciona. El hombre que sale de su posición pasiva y confronta. Que mira y cambia, que toca el cuerpo de una sociedad sedada, profiláctica.  El hombre que no siente vergüenza de su odio, el descortés.







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