jueves, 10 de marzo de 2011

no podemos consentir el fin del mundo





 

Livia, son tus ojos llenos los que me han deslumbrado una tarde que fuimos al cementerio de Verano. Paseabamos, elegí aquel singular sitio para proponerte matrimonio- ¿te acordás? Sí, lo sé. Te acordás. Los ojos tuyos llenos y limpios y encantados no sabían, no saben y no sabrán, no tienen idea. No tienen idea de los abusos que el poder debe cometer para asegurar el bienestar y el desarrollo del País.

Por muchos años el poder fui yo. La monstruosa, inconfesable contradicción: perpetuar el mal para garantizar el bien. La contradicción monstruosa que hace de mí un hombre cínico e indescifrable, también para vos, los ojos tuyos llenos y encantados no saben la responsabilidad. La responsabilidad directa o indirecta para los estragos ocurridos entre 1969 y 1984, que dejaron, con precisión, 236 muertos y 817 heridos. A todos los familiares de las víctimas yo les digo: sí, confieso. Confieso: fue también por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Esto lo digo incluso si no sirve.

La campaña para desestabilizar el país, provocar el terror, para aislar los partidos políticos extremistas y reforzar los partidos de Centro, como la Democracia Cristiana, la definieron como “Estrategia de la tensión”- sería más correcto decir: “Estrategia de supervivencia”. Roberto, Michele, Giorgio, Carlo Alberto, Giovanni, Mino, el valioso Aldo, por vocación o por necesidad pero todos irreducibles amantes de la verdad. Todas bombas a punto de explotar que fueron desconectadas con el silencio final. Todos ellos pensando que la verdad es una cosa justa, cuando en realidad es el fin del mundo, y nosotros no podemos consentir el el fin del mundo en nombre de una cosa justa. Nosotros tenemos un mandato. Un mandato divino. Es necesario amar tanto a dios para comprender cuánto es necesario el mal para que exista el bien. Esto lo sabe dios, y yo también lo sé.


Monólogo de Andreotti perteneciente a Il divo (Sorrentino, 2008).

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