Otras muertes son más dramáticas. Están los Corredores, por
ejemplo, una secta de gente que corre a través de las calles tan rápido como
puede, agitando salvajemente sus brazos,
golpeando el aire, gritando hasta el límite de sus pulmones. La mayoría del
tiempo viajan en grupos: seis, diez, hasta veinte de ellos despeñándose juntos
por las calles, nunca deteniéndose por nada en su recorrido, corriendo y
corriendo hasta que se desploman por extenuación. El punto es morir tan rápidamente
como te sea posible, conducirte tan fuerte que tu corazón no lo soporte. Los
corredores dicen que ninguno de ellos tendría el coraje para hacerlo por su
cuenta. Al correr juntos, cada miembro del grupo es arrastrado por el otro, envalentonado
por los gritos, espoleado hacia el delirio de la resistencia. Esa es la ironía.
Para matarte corriendo, tenés que primero entrenarte para ser un buen corredor.
De otra forma, no tendrías la fuerza
para empujarte lo suficientemente lejos. Los Corredores, sin embargo,
atraviesan arduos preparativos para
conocer su destino, saber cómo sobreponerse inmediatamente y continuar. Es como
una religión. Para unirte debés superar una serie de dificultosas iniciaciones:
contener la respiración bajo el agua, ayunar, meter tu mano en la llama de una
vela, no hablarle a nadie por siete días. Una vez que hayas aceptado, debés plegarte
al código del grupo. Esto lleva de seis a doce meses de vida comunitaria, un régimen
estricto de ejercicio y entrenamiento, y una gradual disminución de la ingesta
de alimentos. En el momento en que el miembro está listo para realizar su
carrera mortal, a su vez, ha alcanzado el punto límite de su fuerza y el punto límite
de su debilidad. Puede correr teóricamente para siempre, y al mismo tiempo su
cuerpo ya ha utilizado la totalidad de sus recursos. Esta combinación produce
el resultado deseado. Partís con tus compañeros la mañana del día acordado y
corres hasta hayas escapado de tu cuerpo, corriendo y gritando hasta que te hayas
desbordado. Eventualmente, tu alma se retuerce libre, tu cuerpo se desploma, y
vos estás muerto. Los corredores advierten que su método es en un noventa por ciento
a prueba de fallas- lo que significa que casi ninguno ha tenido que realizar
una segunda corrida.
Paul Auster, In the Country of Last Things.
Versión Facundo Giménez
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