lunes, 25 de junio de 2012

El punto límite de su fuerza y el punto límite de su debilidad





Otras muertes  son más dramáticas. Están los Corredores, por ejemplo, una secta de gente que corre a través de las calles tan rápido como puede,  agitando salvajemente sus brazos, golpeando el aire, gritando hasta el límite de sus pulmones. La mayoría del tiempo viajan en grupos: seis, diez, hasta veinte de ellos despeñándose juntos por las calles, nunca deteniéndose por nada en su recorrido, corriendo y corriendo hasta que se desploman por extenuación. El punto es morir tan rápidamente como te sea posible, conducirte tan fuerte que tu corazón no lo soporte. Los corredores dicen que ninguno de ellos tendría el coraje para hacerlo por su cuenta. Al correr juntos, cada miembro del grupo es arrastrado por el otro, envalentonado por los gritos, espoleado hacia el delirio de la resistencia. Esa es la ironía. Para matarte corriendo, tenés que primero entrenarte para ser un buen corredor.  De otra forma, no tendrías la fuerza para empujarte lo suficientemente lejos. Los Corredores, sin embargo, atraviesan  arduos preparativos para conocer su destino, saber cómo sobreponerse inmediatamente y continuar. Es como una religión. Para unirte debés superar una serie de dificultosas iniciaciones: contener la respiración bajo el agua, ayunar, meter tu mano en la llama de una vela, no hablarle a nadie por siete días. Una vez que hayas aceptado, debés plegarte al código del grupo. Esto lleva de seis a doce meses de vida comunitaria, un régimen estricto de ejercicio y entrenamiento, y una gradual disminución de la ingesta de alimentos. En el momento en que el miembro está listo para realizar su carrera mortal, a su vez, ha alcanzado el punto límite de su fuerza y el punto límite de su debilidad. Puede correr teóricamente para siempre, y al mismo tiempo su cuerpo ya ha utilizado la totalidad de sus recursos. Esta combinación produce el resultado deseado. Partís con tus compañeros la mañana del día acordado y corres hasta hayas escapado de tu cuerpo, corriendo y gritando hasta que te hayas desbordado. Eventualmente, tu alma se retuerce libre, tu cuerpo se desploma, y vos estás muerto. Los corredores advierten que su método es en un noventa por ciento a prueba de fallas- lo que significa que casi ninguno ha tenido que realizar una segunda corrida.

Paul Auster, In the Country of Last Things.
Versión Facundo Giménez

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